3 Experiencias de viaje que jamás imaginé que viviría

Experiencias de viaje

 

Hay experiencias que nos marcan para toda la vida. Cuando estamos de viaje nos exponemos a circunstancias que raramente viviríamos sentados en el sofá de casa viendo la televisión. Ahí fuera nos enfrentamos a situaciones y momentos a los que no estamos habituados.

Vivencias que únicamente experimentamos situándonos al otro lado de nuestra zona de confort. Alejados de la rutina y lo cotidiano.

Nuestro cuerpo y mente desconoce el impacto que pueden tener en nuestra vida tales experiencias. Sensaciones desconocidas hasta que las experimentas y conviertes en algo propio, algo que perpetuará por siempre en ti.

Soy de ese tipo de personas que piensan que la felicidad no está en las cosas materiales, sino en las experiencias que vamos viviendo a lo largo de nuestra vida.

Experiencias que permanecen en nosotros en forma de recuerdos, emociones y sensaciones.

Lo material puede estar conectado con tu felicidad, claro está. Aunque te aseguro que esa felicidad será temporal.

Recuerdo cuando, de pequeño, me regalaban un vídeo juego que llevaba tiempo deseando tener en mi poder. En ese momento era un niño feliz. Tan sólo pensaba en conectar la consola y pasar horas disfrutando de esa felicidad momentánea.

Ahora, años más tarde, ni recuerdo dónde guardé mi antigua consola, la cual debe estar llena de polvo escondida en alguna caja en el trastero de mi casa.

Lo mismo ocurre con cada una de las cosas materiales que vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida.

Juguetes y caprichos que nos acercan a una felicidad ilusoria que con el tiempo va desapareciendo sin ni siquiera darnos cuenta.

No importa que te hayas comprado ese precioso Yate o ese adorable Chalet. Con el paso del tiempo irás habituándote a ello e irá perdiendo valor para ti.

El Yate no será lo que te haga feliz, sino más bien las experiencias que vivas en él.

Llegará un momento en que se averiará o lo venderás, incluso puede que se convierta en una tortura e intentes deshacerte de él a toda costa.

Recuerdo las palabras que Lucy y Rubén nos dedicaron durante las Jornadas de los Grandes Viajes, a las cuales tuve el placer de asistir hace un tiempo:

«Antes de empezar nuestra vuelta al mundo, decidimos repartir todas nuestras valiosas pertenencias materiales entre nuestros amigos y familiares. Tras nuestro regreso, un año más tarde, ya no recordábamos qué cosas habíamos repartido ni a quién se las habíamos entregado. Pero ya daba igual, ya no las necesitábamos»

La verdad es que las únicas cosas que nos llevaremos a la tumba serán nuestros propios recuerdos: aquellas inolvidables experiencias de viaje, tus amores y desamores, cada una de las personas que conociste y que tanto influyeron en tu personalidad y en tu vida.

Dudo mucho que te acuerdes de lo bonito que era aquel materazzi descapotable o en lo bien que se veían los partidos de la Champions en aquella televisión de plasma.

Todavía soy un enano, pues tengo 24 años. Pese a no haber experimentado ni un cuarto de siglo, al menos tengo bien claro cómo quiero vivir mi vida.

Quiero que mi vida esté llena de emociones y experiencias, que luego se transformen en recuerdos y que me permitan decir abiertamente, cuando llegue el momento, que tan sólo necesité una vida y que esta fue épica.

Sin duda viajar ha sido lo que me ha proporcionado las más intensas experiencias. Por eso me gustaría compartir contigo algunas de ellas. Buenas y malas, más o menos emotivas, da igual.

Lo importante es que cada una de ellas permanecerá en mis recuerdos para siempre y que nunca estarán solas, ya que procurare que mi fábrica de experiencias nunca deje de trabajar.

 

Pescar en un río helado de la fría estepa rusa

Las navidades de 2013 tuve el placer de pasarlas junto a Alicia en un pequeño pueblo militar de la inmensa Rusia, donde reside la mayor parte de su familia.

Meses antes de nuestra visita, Sergey, el padre de Alicia, nos comunicó que estaba empezando a ir los fines de semana a pescar al río. Decía que tenía que entrenar para cuando estuviésemos allí y llegara el momento de «la prueba de fuego».

Así fue como decidimos llamarlo nosotros. Una prueba en la que demostrara mi virilidad para así obtener el visto bueno por parte de Sergey y tener vía libre de compartir mi futuro junto a su hija, Alicia. Tenía que demostrar ser igual de fuerte que los auténticos rusos.

Tranquilo. Todo era parte de una especie de juego. Ya había conseguido caerle bien a Sergey antes de mi paso por Rusia.

Sergey quería que mi experiencia en su tierra fuera lo más auténtica posible, así que ideó varios planes para que así sucediese.

Entre las distintas actividades estaba pasar toda una jornada pescando en un río, cual esquimal, acompañado de sus dos amigos, Nikolai y Viktor. Si los nombres ya impresionan, no imaginas el nerviosismo que me entró cuando les vi por primera vez.

 

Si todavía no era capaz de juzgar la autenticidad de la experiencia, sí que podía confirmar que cada pieza del puzzle estaba cumpliendo su función a la perfección para que así lo fuera.

La jornada comenzó a eso de las 5 de la mañana. Sergey pasó a recogerme y seguido pusimos rumbo a una cochera donde se encontraban sus dos compatriotas rusos, así como todo el material que necesitaríamos para nuestro día de supervivencia a lo Bear Grylls.

Nikolai y Viktor aparecen, con vestimenta propia de las Fuerzas Armadas de Rusia y escopeta en mano, con una camioneta repleta de artilugios que, al parecer, íbamos a necesitar más adelante.

 

Viktor y Nikolai

En el centro, Nikolai. A la derecha, Viktor.

Ahí fue cuando me pregunté: ¿pero no íbamos a pescar?

Sergey, tras bromear un poco respecto al asunto, me confirmó que nosotros nos encargaríamos de hacer un fuego junto al río y de pescar mientras ellos se iban de caza.

Por suerte no cazaron más que un par de botellas de plástico que lanzábamos al cielo como entretenimiento y forma de practicar puntería.

Dejamos el coche a un lado de la carretera en el momento que la nieve empezó a impedirnos el paso. Cogimos el trineo que empleábamos para amarrar los utensilios y empezamos a caminar a lo largo del congelado río buscando un lugar donde establecer el campamento.

Tras una buena caminata, por fin nos asentamos junto al río y empezamos a encender el tan ansiado fuego.

¿Se me había olvidado mencionar que la temperatura era inferior a los -20º?

Mi sorpresa llegó cuando Sergey sacó las cañas de pescar. Cañas que más bien eran un trozo de madera al que habían atado un mini carrete.

El procedimiento era sencillo: Sergey hacía agujeros en el hielo, de unos 10 centímetros de diámetros, con su taladro manual, y además se encargaba de preparar la caña para introducirla bajo la profunda capa de hielo que había sobre el río, la cual podía tener más de un metro de profundidad. Todo eso mientras yo me limitaba a observar y asimilar.

Mi miedo al deshielo fue desapareciendo conforme más chupitos de coñac me ofrecía el bueno de Nikolai, con quien apenas pude intercambiar media plabara.

Más que por derrotar a mis temores, esos chupitos  eran la solución ideal para combatir el intenso frío.

Sergey de hecho me contó que dos elefantes una vez se salvaron de una muerte segura gracias a que les proporcionaron un preparado de Vodka ruso con agua caliente, que les permitió aguantar por unas horas más las bajas temperaturas.

El resto de la jornada prosiguió tal y como estaba previsto, sin incidentes que mencionar.

¿Pescamos? Más de lo que podía imaginar. Pero lo que realmente saboreé fue la barbacoa de carne que preparamos junto al río. No imaginas cómo la disfruté, sentado en la helada rivera del río, mientras deleitaba mi vista con la impresionante, fría y solitaria panorámica que caracterizó aquella jornada.

Una anécdota que siempre recordaré. No como una experiencia que cambió mi vida, pero si como una de las vivencias de viaje más auténticas que he podido experimentar.

 

Pescando en río helado

 

 

Revivir la tormenta perfecta en la playa de Di Caprio

Creo que nunca olvidaré aquel excitante paseo en barco por las islas Phi Phi de Tailandia.

Una excursión que contratamos desde una agencia de viajes local de Phuket, con la intención de visitar la famosa Maya Bay, considerada una de las playas más bonitas del mundo, que además sirvió como escenario rodaje para la película «La Playa», con Leonardo Di Caprio como protagonista.

La excursión incluía actividades de Kayak y Snorkeling (buceo con gafas y tubo), así como un agradable paseo en barco hacia la isla, acompañado de cerveza y buena música, que concluiría con un relajante baño en la tan concurrida playa.

Todo empezó de manera inmejorable. Teníamos la suerte de contar con una mañana soleada, teniendo en cuenta que viajábamos en pleno agosto, cuando los monzones suelen hacer de las suyas. El ambiente a bordo del barco era inmejorable: cerveza, increíbles vistas, sol reluciente y un «Sweet Home Alabama» de fondo que te hacía sentir que un gran día estaba esperándonos.

 

Rumbo a Ko Phi Phi

Rumbo a Ko Phi Phi

 

A pocos metros de llegar a la isla, el capitán decidió echar el ancla para dejarnos probar los Kayaks que tanto estábamos deseando navegar y lanzarnos en búsqueda de los famosos tiburones que aparentemente podían verse buceando desde la superficie.

 

Kayaks en Ko Phi Phi

 

Pero de repente sucedió algo que nadie pudo sospechar. El sol se escondió y empezaron a asomar unas nubes negras que no auguraban nada bueno. El mar se revolvió tan repentinamente que parecía que algo así solo podía ser obra del mismísimo Poseidón.

Los demás barcos que allí nos acompañaban decidieron elevar anclas y tomar la corriente de vuelta a casa.

Nosotros habíamos sido los últimos en llegar. Era muy pronto para volverse a casa.

Así pues, nuestro guía nos comentó que no era posible acceder a la isla por la bahía debido a la poca profundidad de la playa y el fuerte temporal, pero que tenía una alternativa para no terminar de aguarnos el resto de la jornada.

Entrar por la parte trasera de la isla.

No, no imagines un agradable embarcadero en el que tan sólo necesitas amarrar el barco.

Un entramado de cuerdas que trepar, al que solo era posible acceder nadando entre el fuerte oleaje y decenas de rocas, era la clave para definitivamente acceder a la paradisíaca playa.

El barco se detuvo a unos 50 metros de las rocas, momento en el que el capitán nos dijo ofreció saltar al agua.

Imagínate, más de 30 personas abandonando el barco y poniendo nado hacia el maldito entramado de cuerdas mientras el temporal dificultaba la labor. Todavía recuerdo verme agarrado a una cuerda y sentir como las sucesivas olas iban golpeando mi costado. Vi a gente gritar, llorar, insultar. No te lo imaginas.

Por suerte, finalmente logramos obtener nuestro preciado premio: disponer de Maya Bay única y exclusivamente para nosotros. Algo difícilmente asequible debido al fuerte turismo de masas que invade cada día la isla.

También es cierto que el viento y la lluvia nos impidieron disfrutar de la isla como se merece.

 

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Este es un ejemplo más de cómo las aventuras más amargas pueden convertirse en interesantes anécdotas que contar. Aquel día Alicia y yo sentimos el verdadero miedo. Estábamos a merced de cualquier tragedia.

Este tipo de situaciones son inimaginables en países occidentales. ¿Qué agencia de viajes lanzaría a sus preciados turistas al agua en pleno apogeo monzónico?

Al fin y al cabo, este tipo de experiencias son las que hacen únicas a una aventura. Un viaje sin emociones, del hotel a la playa y de la playa al hotel, difícilmente se convertirá en un acontecimiento memorable.

También es cierto que, de habernos pasado algo a cualquiera de los dos, otro gallo cantaría.

 

Bailar la canción del Pony en la Plaza del Duomo de Milán

¿Qué? ¿Oliver, se te ha ido la pelota?

Tranquilo. No estoy tan loco como en un principio pueda aparentar el título de esta última experiencia.

Este inolvidable momento fue, ni más ni menos, que la despedida más emotiva que he podido tener a lo largo de mis variados viajes.

Todo se remonta a un intercambio europeo que realicé allá por octubre del año pasado.

Más de 10 días en los que tuve el placer de convivir, compartir y disfrutar como un enano junto con un amplio y diverso grupo de jóvenes procedentes de Rumania, Italia, Turquía y España.

No sé si conocerás el programa de intercambio europeo Erasmus Plus. En caso de que no, te lo explicaré de forma muy breve porque es muy probable que esto te interese. Igualmente, tengo pensado escribir un artículo tratando este tema con un mayor detalle:

«Un intercambio ofrece a grupos de jóvenes, procedentes de diferentes países, la posibilidad de encontrarse y de conocer mejor sus culturas respectivas. Los grupos planifican juntos el intercambio en torno a un tema de interés mutuo.»

Este sería un resumen muy escueto sobre la experiencia que viví en Italia el año pasado, en una pequeña localidad norteña de la provincia de Verbania.

Durante esos diez días, reí y lloré, canté y bailé, aprendí, mejoré mi inglés e hice mis primeros pinitos con el italiano (el idioma, por supuesto), experimenté mis hasta entonces desconocidas habilidades de liderazgo siendo el responsable de mi inmejorable grupo, descubrí increíbles lugares e incluso participé en un un desfile o parade junto a otros jóvenes europeos y residentes locales, concluyendo la actuación coreografiando la mismísima Macarena junto a mi grupo, delante de cientos de personas.

Creo que no conozco suficientes adjetivos como para transmitir todo lo que viví durante aquellos días de intensa convivencia.

 

Spanish Eve

Spanish Eve

Intercambio Verbania

 

A lo largo de las sucesivas jornadas, había previstas actividades relacionadas con la temática del desempleo juvenil y el emprendimiento en Europa. Todo acompañado por bailes, juegos y canciones cuyo único propósito era generar ese sentimiento de unión y amistad que tanto caracterizó a aquel viaje.

La forma perfecta que encontré para definir aquel intercambio no es otra que un campamento o colonias para adultos. Ni más, ni menos.

 

Erasmus Plus

 

Imagino que te estarás preguntando qué diablos tiene que ver una canción de un pony en todo esto.

Básicamente aquella canción era la encargada de dar a pie a todas las actividades, independientemente del carácter de estas. Jamás pensé que una canción infantil podía llegar a revivir tantas emociones y bonitos recuerdos.

Nunca valoras tanto el poder de una fotografía o un vídeo hasta que pasa el tiempo, le das al play y te teletransportas a aquel cúmulo de momentos y emociones como si por arte de magia hubieras viajado atrás en el tiempo.

Aquella noche frente a la Catedral de Milán, tan sólo quedábamos nosotros y el grupo de italianos con el que tan buenas migas habíamos hecho. Dejamos atrás nuestra absurda vergüenza y decidimos ofrecernos un último baile juntos.

No más de un minuto de canción que recogía todos los sentimientos que habían aflorado durante aquellas jornadas.

Unos segundos que seguramente perpetúen por siempre en la memoria de todos los allí presentes.

 

 

Quizá uno de los aspectos menos agradables de viajar, pero con el que hay que aprender a convivir.

Personas con las que compartes múltiples e intensos momentos, pero que, por suerte o por desgracia, siempre cuentan con un parecido final. El momento de la despedida, ya sea porque regresas a casa o porque ha llegado el momento de dar el paso hacia tu siguiente destino.

Lo que más cuesta de ello quizás sea hacerse a la idea de que probablemente no vuelvan a cruzarse vuestros caminos.

En esos momentos tan sólo intento pensar que el simple hecho de haber conocido aquellas personas fue suficiente motivo como para que todo mereciese la pena.

Y para mí no hay nada material que pueda competir con el infinito valor de este tipo de experiencias.

Al fin y al cabo la vida son eso, un cúmulo de vivencias que vamos experimentando con el paso del tiempo, que poco a poco nos van haciendo crecer y nos van llevando por esta misteriosa aventura que es la vida.

 


 

¡Ahora es tu turno!

Estoy seguro de que tú también tienes un montón de inolvidables experiencias que compartir. ¿Te animas a hacerlo a través de los comentarios?

¿Qué es para ti la felicidad? ¿Compartes mi idea de que la felicidad reside en las experiencias y no en lo material?

Si te ha gustado el artículo, te agradecería mucho que lo compartieras en tus redes sociales para así poder llegar a un mayor número de personas.

¡Que tengas una gran semana!

Un abrazo,

Oliver.-

 

 

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