Lo que aprendimos haciendo el Camino de Santiago en silla de ruedas.

Este post esta basado en la experiencia que mi hermano Juan Luis y yo vivimos haciendo los últimos 60 kilómetros del Camino Francés en 2014.

Actualmente estamos recorriendo los 800 kilómetros del Camino Francés con nuestro proyecto Camino Sin Límites. No olvides pasarte por la web cuando termines de leer este artículo. ¡Gracias!

Camino sin límites

 

El Camino de Santiago es uno de los itinerarios (o peregrinaciones) más populares a nivel internacional. Puede que sus inicios fueran religiosos, pero hoy en día muchísima gente hace El Camino por motivos que van más allá de las creencias religiosas.

En el articulo de esta semana me gustaría compartir contigo mi experiencia haciendo un tramo del Camino de Santiago junto a mi hermano, Juan Luis.

Cada peregrino cuenta con sus propias motivaciones y retos por las cuales se aventura a realizar El Camino, para mí, lo más importante de esta gran aventura se remonta al hecho de realizar el primer viaje junto a mi hermano sin la dependencia de mis padres.

Déjame que comience hablándote de Juan Luis.

 

Un ejemplo de superación constante

Mi hermano Juan Luis tiene 18 años. Es una persona de espíritu alegre y mente inquieta. Le encanta el fútbol, sobretodo su Granada C.F, no se pierde ni un sólo partido.

Al igual que yo, también ha desarrollado esas ganas por salir ahí fuera cada vez que se presenta una nueva oportunidad. Le gusta jugar a la consola y pasar las horas delante del Facebook leyendo noticias sobre fútbol o discapacidad.

Es una persona única, un chico especial que ha aprendido mejor que nadie a quererse a si mismo, y que se ha convertido en todo un experto en luchar por lo que sueña, pese a no tener las facilidades con las que la mayoría de personas de este mundo contamos.

Mi hermano tiene parálisis cerebral.

¿Suena chungo, verdad?.

A las dos horas de nacer, sufrió una parada cardíaca que le dejó sin respiración durante unos aproximados 30 minutos. Por suerte, los médicos lograron reanimarlo, pero la falta de oxígeno en el cerebro le pasó una mala jugada, afectando gravemente su sistema locomotor.

Mi hermano no anda, ni habla. Pero eso nunca le ha supuesto un grave problema.

Afortunadamente, su parálisis nunca llegó a afectarle a su desarrollo cognitivo.

Juan Luis lleva una vida de lo más normal, incluso podría decirse que el estilo de vida que lleva podría llegar a ser envidiable (¿suena macabro, verdad?).

Actualmente practica dos deportes paralímpicos, Boccia y Slalom. En el primero incluso llegó a ser campeón de España en hasta tres ocasiones.

Estudia en un aula específica del mismo instituto donde pasé mis años de Bachillerato.

Por las tardes, tiene sesiones varias de fisioterapia y logopedia en ASPACE (Asociación de Atención a Personas con Parálisis Cerebral), así como sus correspondientes entrenamientos deportivos.

Algunos fines de semana los pasa fuera de casa, haciendo lo que hasta ahora mejor sabe hacer, jugar a la Boccia.

Siempre anda buscando algún alocado plan al que apuntarse, ya sea repetir el Camino de Santiago o venirse conmigo unas semanas a Tailandia.

Ese es mi hermano.

Ahora que ya le conoces un poco mejor, déjame explicarte la razón por la que decidimos hacer el Camino de Santiago.


Camino de Santiago 1

 

El Camino

Allá por principios de 2014, corrían rumores de que aquellos que hacían el Camino de Santiago recibirían una extraña bendición que les curaría de cualquier mal.

Vale, me has pillado. No van por ahí los tiros.

Alicia, mi ex-pareja, hizo por primera vez el Camino de Santiago en 2013. Regresó tan feliz tras la experiencia que no resultó difícil acabar contagiado de sus efusivas emociones.

Fue así como se nos ocurrió la idea de hacer El Camino, aunque esta vez de una forma diferente.

Llevaba mucho tiempo deseando hacer un viaje con mi hermano. Pero no un viaje como los que habíamos hecho de más pequeños, junto a mis padres, sino uno que realmente supusiera un reto para ambos, una aventura en la que mi hermano se sintiese el protagonista.

Cuando estás en una silla de ruedas no resulta tan sencillo alcanzar esa libertad que te permite ir o hacer cualquier cosa. La gran dependencia de mi hermano le impide coger un vuelo, tal y como haríamos tu y yo, y perderse durante unos días en algún lugar del mundo.

Al menos, en solitario.

Ya habíamos leído o escuchado historias de otras personas que habían hecho el camino, ya sea a pie, en bicicleta o en silla de ruedas.

No eramos los primeros que nos embarcábamos en esta aventurilla, por lo que no teníamos nada que temer.

Al fin y al cabo, ¿qué era lo peor que podía pasarnos? ¿Qué se pinchase una rueda?.

Con tal de reducir las posibilidades de que eso ocurriese, mi padre se encargó de hacer unas pequeñas adaptaciones a la silla y cambió las ruedas por las de la bicicleta de montaña que teníamos medio abandonada en un trastero. Ahora tenía mejor pinta la cosa.

Lo siguiente fue ir a contar nuestra idea a la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de nuestra ciudad, Granada.

Esta Asociación se encuentra en prácticamente todas las provincias españolas y, en mi opinión, es el mejor punto de partida a la hora de organizar la ruta.

Tras un buen rato de charla con el responsable de la Asociación, confirmamos nuestra primeriza idea de que el camino francés sería el más adecuado dada nuestra situación.

Al ser el más popularmente conocido, era el que contaba con una mejor accesibilidad.

Sin embargo, nos advirtieron que no todo el tramo tradicional estaría adaptado para su paso en silla de ruedas, por lo que tendríamos que hacer algunos tramos por donde transitan las bicicletas, es decir, por carretera.

Ir por una carretera tiene que estar bien siempre y cuando vayas en bicicleta, claro está.

Pensamos que no sería muy atractivo hacer recorridos a pie por una zona de tránsito de coches y camiones, además de que resultaría bastante más aburrido y menos emocionante al mismo tiempo.

Lo teníamos claro, ¡queríamos hacer lo mismo que el resto de peregrinos!

Así que, sin más dilación, en cuanto tomamos las vacaciones de Semana Santa cogimos el coche y pusimos rumbo a tierras gallegas.

 

La puesta en ruta

Como únicamente disponíamos de unos 8-9 días para hacer el camino, tuvimos que ajustar nuestro limitado tiempo al itinerario.

Todo esto teniendo en cuenta que perderíamos unos 3 días entre la ida y vuelta, ya que pararíamos en Madrid para evitar hacer todo el trayecto en coche del tirón, y asimilando que nuestro ritmo caminando sería inferior a la media.

Así pues, decidimos comenzar nuestra ruta desde Mélide, a unos 54 kilómetros de Santiago.

Realmente el número no impresiona tanto, pero hay que tener en cuenta que nunca antes habíamos hecho algo similar juntos, ni tampoco nos habíamos preparado físicamente para la ocasión. Íbamos a lo que surgiese.

Queríamos probar la experiencia y, en caso de que nos gustase, ya habría tiempo de repetir más adelante, con mayor tranquilidad.

Se me ha pasado comentar que no íbamos solos. ¿Cómo se me ha podido pasar algo tan relevante?

Alicia, como estaba claro, no quería perderse esta oportunidad de repetir la experiencia de hacer El Camino, así que para nada lo dudó. Su madre y abuela también decidieron acompañarnos. Para nada habría sido igual la experiencia si ellas no nos hubieran acompañado y ayudado durante todo el camino.

Una vez en Mélide, la idea era dejar el coche aparcado allí, hacer los 54 kilómetros hasta Santiago y ya regresar tranquilamente en autobús para recoger el coche y volver a casa.

Según nuestros cálculos, pensamos que necesitaríamos de al menos cinco días para completar el itinerario, sin embargo, conseguimos llegar a Santiago con un día de antelación.

La atalaya de Monte do Gozo, situada a 4,5 kilómetros y medio de la Catedral de Santiago, suele ser la última parada de cualquier peregrino. Un último lugar dónde descansar las piernas y pasar noche antes de la ansiada llegada a la ciudad.

Llegamos a Monte con unos 15 kilómetros caminados ese día, pero nuestras fuerzas nos permitieron seguir adelante y llegar a Santiago antes de lo previsto.

Misión cumplida.

Mi objetivo con este artículo no es contarte el viaje etapa por etapa, sino compartir contigo la experiencia vivida y las lecciones aprendidas.

 

Camino de Santiago 2

 

Lo que El Camino nos enseñó

#1 El primer paso marca el camino.

Lo realmente difícil de cualquier aventura no es llevarla a cabo, sino tomar la decisión de hacerla. 

Cuando planeamos salir fuera de nuestra zona de confort, el mundo a nuestro alrededor parece más retorcido y complicado. El miedo a lo desconocido nos empieza a invadir. Se empieza a activar la parte del cerebro que, con la idea de protegernos, nos persuade con la intención de hacernos cambiar de idea y mantenernos dentro de nuestra zona de seguridad.

Tras este viaje aprendí que lo verdaderamente complicado es lanzarse a la piscina.

Cierto es que no nos encontrábamos delante de un super reto, con cientos de kilómetros y semanas de ruta. Lo nuestro era algo más light.

Sin embargo, conforme íbamos avanzando metros eramos más conscientes de que podríamos estar así por más de 4 días.

No importa el calibre del reto. A mayor dificultad, mayor será la recompensa.

Al fin y al cabo, en caso de que todo saliese mal, lo único que hubiéramos tenido que hacer hubiese sido coger el coche y regresar a casa.

Pero todo esto no parece tan sencillo hasta una vez tomada la decisión y puesto el primer pie sobre tierra firme.

 

Camino de Santiago

 

#2 En las personas está la esencia.

Muchas personas toman la decisión de hacer El Camino de Santiago con la idea de evadirse de la rutina, intimar con la naturaleza y desconectar de todo lo material por una temporada. Hay peregrinos que incluso tratan de evitar toda posibilidad de socializar.

Pero nosotros descubrimos que lo realmente interesante de hacer El Camino es justo lo contrario: conocer gente.

Es posible que el hecho de que mi hermano fuese sobre la silla de ruedas facilitase la tarea de conocer gente nueva. De hecho, en ningún momento tuvimos la necesidad de ser nosotros quienes iniciásemos una conversación. No por nada, sino porque apenas terminábamos de hablar con alguien y ya estábamos conociendo a un nuevo peregrino.

Historias que descubríamos mientras caminábamos, como la de Ionut Preda, atleta paralímpico que perdió su pierna en un accidente de tráfico.

Ionut había montado su particular puestecito de sellos junto a un riachuelo. La localización no fue fruto de la casualidad, ya que, cada mañana, llegaba a primera hora y se posicionaba a la espera de echar una mano a quien necesitase cruzar el río, al mismo tiempo que se promocionaba como atleta paralímpico.

También nos marcó la familia de los Matt. Una pareja australiana que no dudó en entablar conversación con nosotros en cuanto se cruzaron nuestros caminos.

Matt y su mujer, tenían un hijo con parálisis cerebral a quien no habían podido traer con ellos a hacer el camino. Siempre estuvieron pendientes de nuestro paso y nos recibieron con los brazos bien abiertos en nuestra llegada a Santiago, al igual que otros muchos peregrinos.

Los albergues se convertían en el punto de encuentro de decenas de caminantes.

El lugar ideal para intercambiar historias, ánimos y alguna que otra tirita.

 

Peregrinos Camino de Santiago

 

#3 La magia de las pequeñas cosas.

Viviendo esta experiencia viajera también aprendimos a apreciar más el valor de las pequeñas cosas.

El no tener responsabilidad más que la de caminar, convertía todo como en una especie de cuento de hadas.

Cuando nos apetecía, parábamos unos minutos para deleitarnos con el paisaje; nos relajábamos comiendo alguna pieza de fruta que los humildes lugareños dejaban en el camino a disposición de los peregrinos; o nos deteníamos a echar unas cuantas fotos. Tan sólo teníamos que preocuparnos de nosotros mismos, de disfrutar cada momento.

Con este tipo de experiencias aprendes a valorar lo inmaterial sobre lo material. Te das cuenta de que no necesitas tanto para vivir tu vida intensamente. 

Empiezas a descubrir el significado de la palabra libertad cuando te das cuenta que madrugar no cuesta tanto mientras estás haciendo algo que realmente vale la pena para ti.

Durante nuestra rutina diaria, apenas tenemos tiempo (o más bien ganas) de hablar con quien tenemos sentado a nuestro lado en el autobús.

Mientras caminábamos, un simple «¡Buen camino» era la excusa perfecta para iniciar una conversación, y entonces no daba tanta pereza o vergüenza hablar con desconocidos.

 

Camino de Santiago

 

Volver a caminar

Tras regresar de Santiago, Alicia, Juan Luis y yo sabíamos que había que repetir experiencia.

No sabemos exactamente cuando, ni qué camino cogeremos, lo que sí tenemos claro es que será antes de que me vaya a vivir a Tailandia el año que viene.

Da igual que vayas en silla de ruedas, en bicicleta, andando o a pata coja; sólo, o acompañado; el Camino de Santiago es una experiencia que deberías vivir al menos una vez en la vida.

Además, la excusa de no tener dinero no te sirve en esta ocasión, ya que pocas experiencias existen tan low cost como ésta.

Tan sólo necesitas una pequeña dosis de motivación y, por supuesto, tomar la decisión.

¡Ya sabes que este es el paso más difícil!

Así que si aún no te has animado tras leer el artículo, te dejo con este cortito video que resume estupendamente nuestro paso por Santiago.

Espero que lo disfrutes tanto como lo he disfrutado yo:

 

 


¡Ahora es tu turno!

¿También has hecho el Camino de Santiago? ¡Cuéntame tu experiencia en los comentarios!

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¡Que tengas una gran semana!

PD: Si tú también tienes pensado hacer el camino en silla de ruedas, no dudes en escribirme y estaré encantado la parte práctica de toda esta historia 😉

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